Friday, March 25, 2005

Gojo patrino Tera( alegría madre Tierra!)

Las bambalinas se abrieron , quedando al descubierto la balanza con el lado izquierdo mucho más inclinado, lo que me confería el nuevo cargo de emisario. Hice un ademán eufórico, contento por la posibilidad de partir por unos días a la región de las ruinas, el lugar que me vió nacer, el lugar donde nos reuniríamos todos los representantes de las comunidades que adhieren al sistema ecocentrista. Gojo Patrino Tera! Exclamé, lleno de satisfacción, consciente de este desafío, de esta aventura que hacía inflarme de orgullo, por estar presente en esta cumbre de emisarios que por primera vez veríamos concretada la posibilidad de debatir acerca de la política energética, y de la construcción de vías terrestres que unieran nuestras poblaciones.
Unos niños correteaban alrededor, seguros de que en medio de la muchedumbre, existe una hermosa sensación de pertenencia, como pequeños cachorros en medio de la manada, de una manada protectora y cautelosa de los peligros que acechan , con la debida y concertada planificación de contingencias, frente al ataque de mercenarios y contrabandistas, o más bien, de aquellos depredadores que en esta larga cadena humana, haciéndose parte de una antigua tradición cultural, querían alimentarse de otros hombres, esclavizarnos y subyugarnos bajo el látigo de un absolutismo que no estábamos dispuestos a transar, porque hacerlo , sería el retroceso hacia una época que culminó con nuestra propia destrucción, o más bien dicho con una buena parte de nosotros, la especie que en algún momento quiso dominar a las otras especies y los continentes de la pangea dividida, aquel ser que construyó muros que se ven desde la luna y que por odio fue capaz de aplicar las más severas torturas, y exterminar pueblos enteros por la satisfacción de unos pocos.Fue entonces que sentí una extraña sensación en mi estómago, un miedo repentino que se apoderó de mi cuerpo, y que poco a poco se fue disipando en medio de la confusión y el jolgorio, que interrumpió de golpe este pequeño desvarío.
La suerte estaba echada entonces, y yo, debería caminar ochenta kilómetros a partir de mañana.

El cielo estaba despejado en esta tarde de otoño, y a lo lejos, se podía distinguir apenas, el océano que sólo se veía durante los días soleados.

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